En los últimos meses he leído una serie de libros muy interesantes que aportan miradas opuestas sobre el impacto que está teniendo Internet en la sociedad. Hay autores optimistas (o integrados, según la terminología de Umberto Eco) que defienden a capa y espada las contribuciones y transformaciones que aportan las empresas 2.0. Otros, en cambio, son más críticos (aunque no apocalípticos) con el excesivo peso de la economía digital.
Entre los primeros, me gustaría destacar el periodista y escritor norteamericano Jeff Jarvis y su libro “What Would Google Do?”; el también periodista y escritor Chris Anderson, autor de “La economía Long Tail”; los autores de “Groundswell”, Charlene Li y Josh Bernoff; y el profesor de Stanford Howard Rheingold, autor de “SmartMobs”. Todos ellos son norteamericanos y defienden la cultura de compartir. Jarvis es promotor de la idea “haz lo que mejor sepas hacer y enlaza el resto” y firme partidario de que cualquier empresa debe tener visibilidad en redes sociales “porque es donde está todo el mundo”. Anderson nos enseña que en el entorno digital, con unas leyes de distribución propias, ya no es necesario focalizar el negocio en pocos productos, sino todo lo contrario. Li y Bernoff ofrecen numerosos e interesantes ejemplos sobre qué ocurre cuando la gente tiene las herramientas para organizarse y hacer cosas en común, sin necesidad de recurrir a las empresas tradicionales. Y Rheingold, en la línea del resto de autores, habla del poder de las comunidades virtuales. A él se le atribuye este término, y también el de “inteligencia colectiva”, que tanto éxito ha obtenido en el entorno 2.0. En definitiva, todos ellos destacan las oportunidades que ofrecen las herramientas sociales, sin dedicar mucho análisis a las contraprestaciones.
Por otro lado, en el bando contrario, los autores críticos cuestionan el gran poder de las empresas 2.0, como Google, Facebook, Twitter y Amazon, y alertan de los intereses económicos de las empresas recolectoras de datos frente a los intereses de la ciudadanía. Aquí encontraríamos la reflexión de Evgeny Morozov en “El desengaño de Internet”; el libro de Andrew Keen, “The Cult of the Amatheur: How Today’s Internet is Killing Our Culture”; las aportaciones del investigador académico de la Universidad de Westminster Christian Fuchs, autor de “Social Media: A Critical Introduction”; y el libro de Nicholas Carr, “¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? Superficiales”. Morozov alerta que las empresas 2.0 no sólo otorgan poder a la ciudadanía, sino también a los gobiernos. Keen cuestiona el venerado contenido generado por el usuario señalando que a menudo no aporta valor. Fuchs advierte que la web 2.0 está basada sobre una ideología mercadotécnica que explota el trabajo gratuito de los usuarios y sirve a los intereses de las grandes empresas (ya escribimos en este blog sobre ello anteriormente). Y el libro de Carr se resume a groso modo en una frase (suya): “En el pasado fui un buzo en un mar de palabras. Ahora me deslizo por la superficie como un tipo sobre una moto acuática”.
Tras llevar cerca de cuatro años analizando el impacto de las nuevas tecnologías en las empresas y, por extensión, en la sociedad, sería incapaz de posicionarme a favor de unos u otros, puesto que todos tienen parte de razón. Ninguno la verdad absoluta. La transformación de una sociedad analógica a una digital es complicada e incómoda, y no se explica de forma fácil. Además, la economía 2.0 acaba de empezar (recordemos que Facebook aparece en 2004, Twitter en 2006) y es difícil extraer conclusiones extrapolables y definitivas. No debemos olvidar, sin embargo, que nos encontramos en la primera fase de definición del modelo de sociedad digital y es nuestra responsabilidad abordar el debate. Está en juego nuestro futuro.
¿Te gustaría compartir tu opinión?
Tu e-mail no será publicado. Se requieren los campos marcados con *