A estas alturas ya habrán escuchado hablar del programa sensacionalista de Mediaset -que la empresa denomina tramposamente documental– en el que Rocío Carrasco cuenta que su expareja Antonio David Flores la ha maltratado física y psicológicamente. El programa ha batido récords de audiencia, con más de cinco millones de espectadores, y ha arrancado mensajes de apoyo por destacados líderes de la izquierda, entre ellos la ministra de Igualdad, Irene Montero, que manifestó su apoyo a Carrasco a través de su cuenta de Twitter y en su intervención en el programa Sálvame.

Estoy consternada por el entusiasmo progresista frente a este espectáculo que hace de la violencia machista un negocio. Comparto la necesidad de poner el foco mediático sobre un problema sistémico tan grave. Y celebro que se haga en espacios de máxima audiencia. Ahora bien, el cinismo y la obscenidad con la que se ha tratado el caso y el poco sentido crítico de algunos políticos, periodistas y tuiteros me preocupa.

Telecinco, la cadena que emite el programa, ha alimentado (literalmente) a Antonio David Flores hasta hoy, que ha anunciado que rescinde el contrato de uno de sus colaboradores estrella. Telecinco ha alimentado también la tensión entre la ex pareja y ha fomentado el relato de mala madre que recae sobre Carrasco. Telecinco tiene el caso Carlota Prado, la joven presuntamente violada en Gran Hermano, todavía en los tribunales. Telecinco ha contado con un presunto agresor sexual, un tal Carlos, como participante en su programa La Isla de las tentaciones, que, como todo el mundo sabe, promueve la igualdad entre hombres y mujeres. 

Telecinco ha hecho un negocio redondo con el caso de Rocío Carrasco y muchas feministas de buena fe han picado el anzuelo. Telecinco gana y el periodismo pierde. El periodismo pierde porque asistimos a un juicio paralelo. El periodismo pierde porque Rocío Carrasco no es un testimonio de la violencia machista que participa en un documental, sino una famosa que ha cobrado un dineral por participar en un circo. El periodismo pierde porque a una fuente no se le recompensa económicamente jamás. No hay código deontológico que avale alguna de estas prácticas, como tantas veces hemos denunciado las feministas en sentido opuesto. 

Y si pierde el periodismo, pierden también la sociedad y el feminismo. La espectacularización y la monetización de la violencia machista no son una buena noticia, sino un insulto monumental a todas las víctimas.